Argentinas
Mito o realidad: ¿las argentinas son las más lindas del mundo ? ¿Y las más histéricas ?
Constantemente nos regodeamos con la noticia de que las chiquilinas (y las señoritas, y las señoras) de nuestro país son un prodigio increíble de belleza, aunque nosotros, los varones locales, seamos auténticos monstruos de papada doble, cráneo pelado, pies con juanetes y panza colgante. La verdad es que ustedes no son las más monas, ni mucho menos. Por lo siguiente. Una mujer elegante, en el mundo actual, reúne estas condiciones: Usa el pelo muy corto, con la nuca y el cuello desnudos (jamás esas melenas de leona que ocultan las orejas, los hombros, el pescuezo y hasta el escote). Lleva ropa suelta, nunca ajustada, jamás tipo matambre. No usa corpiño (las argentinas todavía creen en el consejo de mamá: "Nena, ponete soutien que después se te cae todo..."). No se adorna con demasiadas pulseras, ni aros, ni anillos, ni collares, ni prendedores u otros abalorios de oro o de plástico. Poco, poco. Nunca se tiñe el pelo de rubio. Si es morocha, morocha queda. A lo sumo, un mechón azul, o bien toda la cabellera color rosa plástico, como un guiño. Apenas se pinta la cara. Hace topless en la playa o en la pileta. Muestra pechos pequeños, naturales, incluso imperceptibles, tipo cereza. Jamás unas pelotas de rugby con siliconas. No se usa. Pocas veces colágeno en los labios o botox en la cara. Sabe estar desnuda, naturalmente. O semidesnuda: por ejemplo, llevar un blazer de hombre entre cuyas solapas se escapan los pechos, o una blusa transparente de algodón hindú... ¡Nunca un corpiño debajo! Dicho todo esto, queda comprobado que la mujer argentina no sólo no es elegante, sino que más bien sería lo opuesto a la moda. Es cierto que las mujeres del primer mundo actual (yanquis, francesas, italianas, inglesas, españolas) están un poco desabridas y sin ganas de seducir. Hace muchos años que el mundo no se inclina ante una sexy occidental como Brigitte Bardot, Rossana Podestá, Jane Birkin o Kim Basinger. Hoy, la belleza está representada por las estrellas étnicas. Es el tiempo de las rusas: Sharapova, Myskina, Sklenarikova, Dementieva. O las negras, como Halle Berry, Naomi Campbell, Imán. O las chinas, como Zao- Zi- Jing. O las asiáticas mestizas, como Michelle Yeoh. Y si se trata de sudamericanas, las favoritas de la platea mundial son las brasileñas, no las argentinas. Allí está Giselle Bundchen a la cabeza de un gran lote de modelos cariocas y paulistas, negras y blancas. Por otra parte, vemos que en los certámenes de Miss Universo y Miss Mundo, como siempre, llegan a las finales las representantes de Colombia y las de Venezuela. Casi nunca argentinas. O sea que, en materia de belleza física, tampoco las chicas de nuestro país resultan excepcionales. Digamos que la coctelera étnica de nuestra tierra permite la aparición de bellezas como Karina Jelinek, Nicole Neumann, Paula de Mora, Julieta Ortega, Ingrid Grudke, Leticia Bredice, Carolina Gimbutas, Pampita Ardohain, Emilia Attias, donde asoman la carita española, los pechos italianos, la piel india, el vigor alemán y otros rasgos brillantemente combinados. Gracias a Dios. Pero ojo, lo mismo ocurre en California, en Australia, en Barcelona, en Portugal o en Londres. Hoy, el mundo es una licuadora de razas. Debemos reconocer que la mujer argentina tuvo un instante mágico. Fue en 1985. Recomenzaba la democracia. Se respiraba libertad. El presidente Alfonsín nos exhortaba a marchar hacia el Sur, hacia el frío, hacia el progreso, hacia Viedma. Y en Pinamar florecía una asombrosa generación de adolescentes, todas en colaless, todas de 16 o 17 años. Esto también es historia antigua. Nadie se fija en nosotros. Y si nos miran, ven lo siguiente: hombres fatuos, de palabra fácil, cultura corta... mujeres con demasiado pelo, excesivo plástico y mucha ropa.
Constantemente nos regodeamos con la noticia de que las chiquilinas (y las señoritas, y las señoras) de nuestro país son un prodigio increíble de belleza, aunque nosotros, los varones locales, seamos auténticos monstruos de papada doble, cráneo pelado, pies con juanetes y panza colgante. La verdad es que ustedes no son las más monas, ni mucho menos. Por lo siguiente. Una mujer elegante, en el mundo actual, reúne estas condiciones: Usa el pelo muy corto, con la nuca y el cuello desnudos (jamás esas melenas de leona que ocultan las orejas, los hombros, el pescuezo y hasta el escote). Lleva ropa suelta, nunca ajustada, jamás tipo matambre. No usa corpiño (las argentinas todavía creen en el consejo de mamá: "Nena, ponete soutien que después se te cae todo..."). No se adorna con demasiadas pulseras, ni aros, ni anillos, ni collares, ni prendedores u otros abalorios de oro o de plástico. Poco, poco. Nunca se tiñe el pelo de rubio. Si es morocha, morocha queda. A lo sumo, un mechón azul, o bien toda la cabellera color rosa plástico, como un guiño. Apenas se pinta la cara. Hace topless en la playa o en la pileta. Muestra pechos pequeños, naturales, incluso imperceptibles, tipo cereza. Jamás unas pelotas de rugby con siliconas. No se usa. Pocas veces colágeno en los labios o botox en la cara. Sabe estar desnuda, naturalmente. O semidesnuda: por ejemplo, llevar un blazer de hombre entre cuyas solapas se escapan los pechos, o una blusa transparente de algodón hindú... ¡Nunca un corpiño debajo! Dicho todo esto, queda comprobado que la mujer argentina no sólo no es elegante, sino que más bien sería lo opuesto a la moda. Es cierto que las mujeres del primer mundo actual (yanquis, francesas, italianas, inglesas, españolas) están un poco desabridas y sin ganas de seducir. Hace muchos años que el mundo no se inclina ante una sexy occidental como Brigitte Bardot, Rossana Podestá, Jane Birkin o Kim Basinger. Hoy, la belleza está representada por las estrellas étnicas. Es el tiempo de las rusas: Sharapova, Myskina, Sklenarikova, Dementieva. O las negras, como Halle Berry, Naomi Campbell, Imán. O las chinas, como Zao- Zi- Jing. O las asiáticas mestizas, como Michelle Yeoh. Y si se trata de sudamericanas, las favoritas de la platea mundial son las brasileñas, no las argentinas. Allí está Giselle Bundchen a la cabeza de un gran lote de modelos cariocas y paulistas, negras y blancas. Por otra parte, vemos que en los certámenes de Miss Universo y Miss Mundo, como siempre, llegan a las finales las representantes de Colombia y las de Venezuela. Casi nunca argentinas. O sea que, en materia de belleza física, tampoco las chicas de nuestro país resultan excepcionales. Digamos que la coctelera étnica de nuestra tierra permite la aparición de bellezas como Karina Jelinek, Nicole Neumann, Paula de Mora, Julieta Ortega, Ingrid Grudke, Leticia Bredice, Carolina Gimbutas, Pampita Ardohain, Emilia Attias, donde asoman la carita española, los pechos italianos, la piel india, el vigor alemán y otros rasgos brillantemente combinados. Gracias a Dios. Pero ojo, lo mismo ocurre en California, en Australia, en Barcelona, en Portugal o en Londres. Hoy, el mundo es una licuadora de razas. Debemos reconocer que la mujer argentina tuvo un instante mágico. Fue en 1985. Recomenzaba la democracia. Se respiraba libertad. El presidente Alfonsín nos exhortaba a marchar hacia el Sur, hacia el frío, hacia el progreso, hacia Viedma. Y en Pinamar florecía una asombrosa generación de adolescentes, todas en colaless, todas de 16 o 17 años. Esto también es historia antigua. Nadie se fija en nosotros. Y si nos miran, ven lo siguiente: hombres fatuos, de palabra fácil, cultura corta... mujeres con demasiado pelo, excesivo plástico y mucha ropa.
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